Convencionalismos sociales
Durante toda nuestra vida nos vemos obligados a tomar decisiones, una detrás de otra. Algunas en principio más irrelevantes o importantes que otras, pero al fin y al cabo, decisiones.
El otro día escuchaba por la radio una tertulia en la que se cuestionaban cual era el motivo que llevaban a las personas a tener hijos. Había uno de los contertulios que explicaba que el llamado instinto maternal no existía y que era más bien un convencionalismo social, una costumbre cultural etc.
La verdad es que yo también creo que se trata más bien de un convencionalismo que otra cosa. Desde pequeñas nos educan de una manera determinada, nos hacen asumir un determinado rol como mujeres, un rol de madres, cuidadoras, protectoras, que vamos desarrollando durante toda la vida, hasta que llegamos a una determinada edad, se nos ocurre tener pareja, y todo el mundo empieza con la pregunta ¿para cuándo el bebé?
Cuando las parejas llevan un determinado tiempo, y sobre todo cuando tienen una cierta edad, esta pregunta se hace inevitable, porque se da por hecho que las personas deben tener hij@s para ser felices del todo. Si una pareja decide tener un hij@ nadie se sorprende, nadie le pregunta ¿por qué tenéis un bebé? En cambio cuando si al cabo de determinado tiempo, una pareja no tiene hij@s empieza la pregunta, y en general la gente se sorprende, se extraña, y de hecho, cuando una pareja decide no tener hijos siempre se presupone y se juzga pensando cosas del tipo “no deben poder tener hij@s”, “quieren vivir la vida, sin responsabilidades” o incluso peor, pensando que “son unos egoístas”. Porque la decisión de no tener hij@s se contrapone a la de tenerlos y las razones que se dan al hecho de tener hijos, como querer dar amor, de que el hijo o la hija sea fruto del gran amor que se tienen etc. Como si la pareja que decide no tenerlos se quiera menos o sea más egoísta.
Como decía al principio, y aunque todo parezca un poco caótico, creo que la toma de decisiones en nuestra vida está demasiado dirigida por nuestro entorno social, tanto, que tal vez inconscientemente no hacemos lo que realmente nos gustaría.
Nuestras relaciones sentimentales son una parte de esta dirección a la que nos vemos sometidos y sometidas socialmente. Desde cómo vivimos nuestras relaciones personales, sexuales, la supuesta valoración de lo que supone la fidelidad o infidelidad, el casarse, compartir nuestro tiempo, la insuperable diferencia de edad en la pareja o el tener hij@s son convencionalismos de los que es difícil escapar sin creer, o que muchas personas te hagan creer, que te estás equivocando.
Entre el amor y el odio
El otro día empecé a leer la última novela de Arturo Pérez-Reverte, El pintor de batallas, como siempre me pasa con sus novelas, las primeras veinte páginas no me engancharon, pero a partir de ahí, no puedo dejar de leerlo hasta que lo termino. Mi “relación” con este autor es muy contradictoria. Por una parte me encantan sus libros (como digo, una vez pasadas las veinte primeras páginas aproximadamente, que nunca me enganchan y frecuentemente me parecen aburridas), y soy adicta a sus artículos de opinión que cada semana nos trae en su Patente de Corso en El Semanal. Pero por otro lado, no soporto el aire de marisabidillo con que expresa muchas veces sus opiniones, como si fuera el hombre que lo ha vivido todo y el que sabe más que nadie de todo. Algunas veces es excesivamente impertinente, y sobrepasa el toque de cinismo que personaliza tanto sus textos.
Pero como sabéis, siempre se dice que entre el amor y el odio hay solo un paso, así que bueno, me mantengo en el equilibrio de mosquearme de vez en cuando con alguno de sus artículos, aunque la mayoría de la veces, el buen rato que me han hecho pasar novelas como La piel del tambor o Territorio comanche compensan cualquier salida de tono de este buen hombre.
Hoy os recomiendo su Patente de Corso de esta semana. No tiene desperdicio, y refleja perfectamente esa actitud ante la vida un tanto sombría y pesimista de la existencia.
PATENTE DE CORSO
Los calamares del niño
Hay criaturas por las que no lloraré cuando suenen las trompetas del Juicio. Niños que anuncian desde muy temprano lo que serán de mayores. A veces uno está paseando, o sentado en una terraza, y los ve pasar apuntando en agraz maneras inequívocas. Adivinados en ellos la inevitable maruja de sobremesa televisiva –ayer vi reconciliarse a dos hermanas en directo y eché literalmente la pota– o la viril mala bestia correspondiente. Dirán ustedes que ellos no tienen la culpa, etcétera. Que los padres, la sociedad y todo eso los malean, y tal. Pero qué quieren que diga. En cuestiones de culpa, denle tiempo a un niño y también él tendrá su cuota propia, como la tenemos todos. Sólo es cuestión de plazos. De que se cumplan los pasos y rituales que se tienen que cumplir. (Leer artículo completo)